El reclamo de aplauso de algunas ufanías
es tan torpe y sin brillo, que ni la venalidad,
ni el insulto, ni el vil abuso de autoridad,
conseguirá público que aliente sus manías;
¡Nadie adula el estercolero de sus fantasías!
Si vez alguna hubieron vulgares vanidosos,
que no tuvieron a bien tu saludo contestar,
no sientas del desaire su amargo malestar;
son sólo la vil mueca de arlequines jocosos.
¡Aléjate de rechazados y puercos belicosos!
Saludar a los sucios cerdos es tributo profano
y, esperar que tiendan la pata, es deshonrarse;
pues, los puercos hallan placer de alimentarse
con deshechos y el estiércol de otro marrano.
¡En ninguna porqueriza tendrás limpia la mano!
Resérvate la cortesía a las superiores entidades,
digamos a los canes, que son de digna nobleza;
si no ladra, moverá la cola y girará la cabeza
y en las perrunas pupilas, verás sus bondades.
¡El porcallón, sólo ve el lodo de sus necesidades!
Los esclavos estériles de su propio despecho,
arrastran cadenas de miserable inexistencia;
nada son sino almas abyectas de indecencia;
pues, la envidia y la soledad corroen su pecho.
¡De allí que la ciénaga, sea su merecido lecho!
es tan torpe y sin brillo, que ni la venalidad,
ni el insulto, ni el vil abuso de autoridad,
conseguirá público que aliente sus manías;
¡Nadie adula el estercolero de sus fantasías!
Si vez alguna hubieron vulgares vanidosos,
que no tuvieron a bien tu saludo contestar,
no sientas del desaire su amargo malestar;
son sólo la vil mueca de arlequines jocosos.
¡Aléjate de rechazados y puercos belicosos!
Saludar a los sucios cerdos es tributo profano
y, esperar que tiendan la pata, es deshonrarse;
pues, los puercos hallan placer de alimentarse
con deshechos y el estiércol de otro marrano.
¡En ninguna porqueriza tendrás limpia la mano!
Resérvate la cortesía a las superiores entidades,
digamos a los canes, que son de digna nobleza;
si no ladra, moverá la cola y girará la cabeza
y en las perrunas pupilas, verás sus bondades.
¡El porcallón, sólo ve el lodo de sus necesidades!
Los esclavos estériles de su propio despecho,
arrastran cadenas de miserable inexistencia;
nada son sino almas abyectas de indecencia;
pues, la envidia y la soledad corroen su pecho.
¡De allí que la ciénaga, sea su merecido lecho!
No hay comentarios:
Publicar un comentario